Jessica LLorente

La artista busca representar la identidad de un sujeto difunto, que ha abandonado el ego o que está deshabitado. Y lo hace a través de la superficie que esa identidad ha dejado vacía, sus residuos, rastros y huellas. El vídeo y la fotografía son las principales herramientas empleadas para capturar todos estos motivos: una búsqueda del profundo “ser” dentro del sujeto que se revela ante ella.

Este proceso inspira el desarrollo de acciones en las que el tema encarna en sí misma, quien se convierte en el sujeto observado por el público, pasando a formar parte de la representación de cada pieza. Se activa, así, una relación vital -que funciona visual y emocionalmente- entre ambas huellas: la de la identidad residual, fantasma, expuesta en la obra y la de la identidad (siempre) deshabitada de la artista.

Esta exploración de la subjetividad, con sus planos interiores y exteriores, confronta con los modos como el mundo trata la idea de la muerte, su decadencia y su decrepitud. En el arte visual y fotográfico, poder hablar es algo que está mucho más íntimamente vinculado a la ausencia que a la plenitud. Sus lenguajes comienzan con los vacíos antes que con las certezas. Quien no infecta de muerte el espacio de la representación no puede comenzar a imaginar. Por eso, se recurre a un aislamiento extremo de cada sujeto representado. Como si no pudiéramos comprenderlo a no ser que le priváramos de toda adherencia y su existencia quedara expuesta, sobre negro, en el límite mismo del vacío. Esto permite observar y entender la realidad sin que la visión se monte sobre elementos explicativos o juicios preliminares. Cada motivo figura dentro de un espacio del que, incluso, se han borrado las referencias convencionales de proporción, centralidad y tamaño, impidiendo así que el espectador pueda asignar mayor o menor importancia a cada sujeto por comparación con su cuerpo de humano. Se suscita la posibilidad de un análisis que no viene preestablecido desde obvios contextos sociales: solo formas iluminadas contra la nada y una inquietante quietud que elimina los tópicos temporales y oculta los clichés culturales.

El espectador se encuentra así consigo mismo. Ante la soledad de identidades de plasticidad tan despojada, necesita crear sus propias referencias, obligado a formar de nuevo sus impresiones sobre existencias que, sin embargo, le pueden resultar cotidianas y conocidas. Es como borrar un texto para poder leerlo mejor, como abandonar el conocimiento para poder ver.